En mis tiempos de estudiante, tengo que confesar, jamás fui del todo apasionado por la historia. La manera en la que mis maestros de primaria, secundaria, preparatoria la enseñaban, giraba mucho más en torno a memorizar nombres y fechas, mientras los contextos, las narrativas detrás de los quiénes y los porqués, pasaban a segundo, tercer plano, o eran francamente ignorados.
De modo que no fue sino hasta que, ya de adulto, comencé a asistir asiduamente al teatro que se me fue abriendo un mundo honestamente emocionante relacionado con hechos históricos, de dónde vinieron, qué implicaron, qué consecuencias aún cargamos de ellos, una esfera de cuatro dimensiones donde antes sólo había un cuadrado de dos.
Obras como "Incendios", hicieron mucho por educarme en los conflictos del Medio Oriente, especialmente Irán; "Tierra del Fuego" me abrió a la conversación entre ambos lados de la guerra en Palestina, que hoy en día resulta tan relevante entender; "Bajo El Cielo De Leningrado" hizo mucho por colocarme en la transición de la Rusia zarista hacia la Revolución Bolchevique. Vaya, ejemplos podría enunciar miles, pero prefiero enfocarme en cómo estos montajes a través de la personalización de eventos históricos los vuelven memorables.
Ya no son meramente nombres y fechas que se sienten lejanos o antiguos, pero se transforman en rostros e historias, que nos tocan, que nos mueven, que podemos entender incluso a nivel personal, identificándonos a nosotros mismos con personajes de contextos disímiles al nuestro. Vaya, ¿cuántos de nosotros no tuvimos un primer acercamiento al Holocausto a través del Diario de Ana Frank? Esa misma capacidad de contención en una historia particular es la que ofrece el teatro como herramienta de aprendizaje histórico. Que quizá no sea su motivación para existir, pero no significa que no sea lo que termine ofreciendo.
Si algún maestro de historia o estudiantes que están batallando con encontrarle el ángulo correcto a la materia están leyendo esto, quisiera aprovechar para hacer una recomendación que les puede ser muy útil:
Las Meninas, en el Teatro Milán todos los jueves del año. Creada por el historiador, Luis Huitrón, Las Meninas, más que ser una obra, es una serie. Una comedia con música y crestomatías donde tres damas de sociedad, supuestamente nacidas en tiempos novohispanos, han cobrado vida luego de quedar atrapadas en un cuadro y ver la historia pasar, para en tiempo presente aprovechar sus conocimientos para narrarlos al público desde un lugar irreverente, pero sumamente informativo y cautivante.
Se dedican a romper con muchos mitos de los libros de historia a partir de investigaciones profundas, y cada dos meses dedican su temporada a un nuevo personaje de los muchos que han impactado México. Desde Hernán Cortés y la Malinche hasta Porfirio Díaz, Benito Juárez, Sor Juana, Santa Anna, Maximiliano y Carlota, Leona Vicario y un largo etcétera.
He tenido oportunidad de asistir a muchísimos capítulos de esta serie teatral y puedo decir de cierto que mucha de la historia de México hoy la tengo clara y grabada como jamás me pasó en mis tiempos de estudiante gracias a ellas. Y siempre que asisto a una nueva temporada salgo de ahí pensando, ¿qué hubiera sido de mí si en mis tiempos escolares hubiera existido este montaje? ¿Si mis maestros me hubieran llevado, si hubiera caído por gusto yo solito y me hubiera quedado? Estoy convencido de que mi amor por la historia hubiera podido comenzar en mi adolescencia.
De ahí que, maestros de historia, de literatura, de arte, papás también, los aliento a que utilicen el teatro como una herramienta más para acercar a sus alumnos al aprendizaje. De pronto es un arte que tenemos olvidado, ignorado quizás, a veces concebido como caro, que no siempre es el caso, no en México, y que es tierra de cultivo fértil para que tanto de lo que en libro o en examen a veces resulta pesumbroso sobre el escenario se convierte en una experiencia inspiradora y motivante.
